Sobre por qué no hay fórmulas secretas para la vida

Pequeña reflexión medio didáctica sobre el apartado de «La razón legisladora» en la Fenomenología del Espíritu.

No es por racionalidad que buscamos universales tan fervorosamente; por el contrario, los buscamos por visceralidad, porque sabemos sin saberlo que de encontrarlos tendríamos la tranquilidad asegurada. Si todos los hombres son iguales, entonces puedo desdeñarlos sin una pizca de remordimiento. Y en qué maravilloso mundo viviríamos si los doctores siempre curaran o si los asesinos fueran seres malvados sin excepción. Pero no. El problema de la universalidad es que, si existe tal, está fuera de nosotros.
Hegel lo ilustra con dos ejemplos, máximas morales que carecen de necesidad y que por tanto son vacías de contenido. Éstas son «Cada cual debe decir la verdad» y «Ama a tu prójimo como a ti mismo».

«Cada cual debe decir la verdad»
El problema de esta máxima es que presupone más de lo que dice: presupone que el que habla tiene la verdad, que está en posición de la verdad y que sabe qué es ésta. Dado que esto no es necesariamente cierto, uno sólo puede decirla de acuerdo a su conocimiento y a su convicción, lo que le quita automáticamente el carácter universal. Por tanto, dicha fórmula no puede usarse como ley moral, dice Hegel, porque un imperativo no puede ser condicional, ya que de serlo dejaría de ser universalmente necesario.

«Ama a tu prójimo como a ti mismo»
Este precepto implica un amor activo y se propone alejar al hombre del mal y acercarle al bien, pero para eso, debe de poder distinguir qué es el bien y qué es el mal, debe de dirigir ese amor con inteligencia, pues sabemos que si no puede dañar más que el odio (cfr. madre mexicana). El problema es que no tenemos conocimiento de qué es lo que necesita el otro para darle lo correcto, por tanto, cuando actúo «por amor» no actúo universalmente, y por eso esta máxima carece de necesidad.

Con este par de ejemplos, Hegel desecha el concepto de «máxima». Lo que explica es que no se puede someter una sustancia simple (un ente, digamos) a una determinabilidad que le es ajena, porque la sustancia simple ya es en sí misma un universal y por tanto, toda determinabilidad que se le quiera poner resultará inadecuada. Por esta razón, el precepto sólo puede aspirar a una universalidad formal, es decir, vacía de contenido, pues cuando se llena de contenido se vuelve patente la contradicción.
Por eso, quien vive realmente, no sabe qué pedo. Porque vivir es no saber, es poner en práctica el ejercicio íntimo del propio universal, ese que no se puede determinar desde el exterior. ¿Verdad? Conformémonos con la sinceridad. ¿Amar? Nadie sabe qué es eso ni con qué se come; si amamos lo hacemos a ciegas y sin certeza alguna de estar haciéndolo bien o de estar haciéndolo en lo absoluto. Todo eros será siempre y ante todo un extravío fundamental.
Entonces, ¿cómo vivir? Así. A tientas. Mudando. Cambiando de opinión.

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